El sistema editorial de la ciencia está roto

El sistema editorial de la Ciencia globalizada está roto. Todo el mundo lo sabe. Varios lo gritan. Se publican denuncias en periódicos y revistas científicas, pero nada parece cambiar; o los cambios son muy tímidos. Cambios cosméticos para calmar el ánimo, guiados solo por la corrección política.

He sido editor de una muy buena revista colombiana desde hace varios años, y desde hace meses también de una revista internacional, relativamente nueva pero muy prestigiosa. Esta última, sujeta al sistema editorial globalizado, se me ha vuelto un dolor de cabeza, principalmente por la dificultad para encontrar revisores, lo que hoy en día es toda una proeza para casi cualquier editor científico. Tengo artículos donde me ha tomado contactar hasta quince revisores para al final encontrar tres que acepten, y de esos, uno que cumpla.

La verdad es que cada vez es más difícil encontrar revisores. Son escasos, y la calidad de todo el proceso editorial orientado a garantizar cierto grado de rigor y de integridad intelectual, está hoy más amenazado que nunca, porque la escasez puede generar que no siempre los revisores disponibles sean los mejores. Los investigadores muy consolidados están muy ocupados (o eso dicen) para ser revisores, aunque sospecho que en algunos casos puede que sí tengan el tiempo, pero ya no ven esa labor a la altura de su dignidad científica o de su statu quo en el sistema académico. Otros investigadores más jóvenes lo ven como tarea adicional a toda la carga que ya tienen construyendo sus carreras que no despegan antes de los cuarenta años, y prefieren no asumir una tarea que en todo caso no les aportará mucho. Aunque aún es posible dentro de este grupo de jóvenes entusiastas -y los revisores lo sabemos bien, y nos aprovechamos- el encontrar algunos para los que ser llamado revisor es algo especial, al tratarse de su primera vez o las primeras veces, y se sienten entonces honrados, tocados por la luz celestial de una poderosa revista, pero eso dura muy poco, y luego de hacerlo dos o tres veces desisten cuando la novedad se transforma en la rutina de revisar esas invitaciones todos los meses en el correo electrónico.

Para algunos pocos, todavía recibir una invitación a revisar es un honor mayúsculo, algo que comparten orgullosos con sus amigos, pero no siempre es fácil mantener esa motivación. Los revisores que responden suelen ser castigados, y algunos revisores abusivos, viendo que responden, les envían más asignaciones, lo cual cansa a cualquiera, pero también los puede hacer sentir inevitablemente -sea cierto o no-, que no es que sean tan especiales ni destacados, sino más bien que la revista no encontró nadie más disponible, y eso termina de marchitar las primeras ilusiones.

Muchos editores han optado por invitar a personas poco experimentadas, recién egresados con pocas publicaciones y experiencias en el campo; probablemente algunos de ellos se esmeren en hacer su mejor trabajo, y algunos puede que lo logren, pero definitivamente creo que -con notables excepciones- no son los mejores revisores posibles. Pero mi lectura es que la mayoría de buenos revisores experimentan una fuerte desilusión que los lleva a aceptar cada vez menos revisiones, hasta que ya no aceptan casi ninguna, o ninguna. 

Yo mismo soy ejemplo de esta desilusión desde el otro lado cuando soy revisor. Sigo revisando artículos desde que salí de la maestría hace más de diez años, pero ya no con la misma intensidad, emoción y entrega. Hubo una época, cuando vivía en México hace más de cinco años, en la que podía leer y revisar un artículo cada quince días, enviaba observaciones de doce páginas (exagero, pero alguna vez así pasó), comentarios de forma y fondo, sugerencias de tablas, recomendaciones para mejorar, siempre con la convicción de que pudieran mejorar, y emocionado con los resultados. En una revisión me podía demorar más de dos horas, y a veces había muchos ciclos donde entablaba largas discusiones con los autores, que no pocas veces terminaron en desencuentros, pero también -muchas más veces- en aprendizajes mutuos muy significativos. Eran varias horas entre semana, los sábados, y hasta algunos domingos para hacerle esa donación a la Ciencia Universal, o más frecuentemente, a la producción latinoamericana, porque en esa época revisé pocos artículos de prestigiosas revistas internacionales, y la mayoría eran de nuestros países.  

Nunca me pagaron nada, y la única vez que me ofrecieron un descuento para alguna bobada nunca lo usé, y sin embargo me sentía motivado y orgulloso. ¿Qué me movía? Creo que me movía la convicción de hacer algo que sentía que valía la pena, el ayudar a otros a que su trabajo fuera mejor, a enseñar que siempre ha gustado hacerlo gratis, el tener la licencia para ser curioso y ver hasta donde ellos podían llegar, el poder exigirle a los autores que exploren sus límites, el discutir, el disfrutar el pelear (lo que más me gusta), ver los resultados, y lo cierto es que sentía la obligación moral de ayudar a que todo el proceso saliera lo mejor posible, y me sentía gratificado de ser parte de algo más grande, de la gran empresa científica universal, pensaba yo ingenuamente. 

En algún momento, conforme me llegaron más solicitudes de revistas internacionales, abandoné casi totalmente las revisiones de revistas nacionales (que no fueran de la que soy editor  todavía muy orgulloso), pero creo que ese fue un error, porque entonces la motivación de ayudar ya no la sentía tan propia, tal vez por referirse ahora a unos autores más ajenos que escribían en otra lengua, pero sobre todo cuando te das cuenta de que esos autores, o sus proyectos, tienen que pagarle a la revista, y que esa revista te envía plazos, recordatorios, o amenazas cordiales -de quitarte de editor, si no respondías-, mientras que a ti no te dan nada, o máximo unos cupones de descuento, una carta de cariño, un certificado que no tiene mucho valor, y que nada pesa en la hoja de vida, pero nada de reconocimiento justo por tu tiempo, en un sistema en que algunos (principalmente ellos) sí se están lucrando.

La sensación de mayor desilusión me produjo fue cuando tuvimos que pagar en una eminente revista por publicar un artículo propio, luego de que en varios años yo le había revisado varias veces a esa misma revista muchos artículos. Entonces fui consciente de que, a cambio de todas esas horas, no había ninguna retribución, por lo que era un proceso de revisión muy exhaustivo, pero que igual teníamos que pagar una millonada por una diagramación automática -porque igual te piden a ti hacer todas las correcciones de estilo y de formato de una manera obsesiva- y por la publicación de un PDF en un sitio web, nada de lo que requiera mucha tecnología. Ciertamente hay algunas casas editoriales donde sí hay un proceso de edición propio que incluye corrección de estilo por parte de la propia revista, donde los costos podrían ser justificados, pero esa no parece ser la regla en el mundo de las revistas científicas. Lo cierto es que lo que más genera el costo para la ciencia es el pago del renombre. Datos recientes muestran cómo el sistema editorial le cuesta millones de dólares al año a la ciencia, mucho de esta de origen público. Ahí existe un problema de justicia social que debemos abordar. 

Ver: https://www.thenation.com/article/society/neuroimage-elsevier-editorial-board-journal-profit/

Debo aclarar eso sí que hablo de las buenas revistas, no de las predadoras carentes de ética que es un problema mucho peor. Hablo de las buenas que ciertamente si tienen un proceso editorial riguroso, y control de calidad, pero en las que aun así, creo que lo que cobran es excesivo, genera injusticia global, pero que además, y este es el hecho central: dependen principalmente de la explotación de los revisores. Al menos en otras revistas como la colombiana en la que soy editor, a nadie se le cobra, eso hace que sienta el sistema no es injusto, todos estamos donando nuestro tiempo, salvo el personal administrativo que está dedicado a ello como oficio, y que obviamente tienen un salario. La discusión en ese caso, y con las revistas colombianas sería otra, como yo mismo lo he abordado previamente: https://www.elespectador.com/ciencia/la-cruda-realidad-de-las-revistas-cientificas-colombianas/

Creo seriamente, como postura existencial, que es edificante hacer cosas que no siempre tengan un interés directo de lucro, pero cuando hay ya lucro en el proceso, al menos por parte de las revistas y sus casas editoriales, que cobran a los autores o los lectores, lo que es injusto es que una de las cadenas esenciales, centrales del proceso intelectual no reciban un pago justo.

Algunas revistas han dado algunos pasos tímidos. Unas han quitado los APC (pagos por publicación, del inglés: Article Processing Charge) para autores de ciertos países, lo cual en algo reduce la inequidad en el acceso a las publicaciones para los autores, pero no el problema de los revisores para los que eso no cambia nada. Otras dan algo de incentivos tímidos a los revisores, tales como descuentos en otras APC si el revisor luego quiere enviar un artículo a la misma revista, pero todo eso me parece más una estrategia de mercado que una justa retribución, y finalmente hay otras dan certificados digitales, que como ya dije, no tienen ningún valor más que el simbólico, y que creo que no es proporcional al esfuerzo invertido. 

Todo eso es insuficiente.

La denominada “ciencia abierta” con sistemas de chequeo orgánicos entre pares parece ser una opción, pero es controversial la no existencia de un trabajo editorial explícito o permanente, y aunque en momentos críticos como la pandemia sirvieron para comunicar y discutir rápidamente los resultados de investigaciones emergentes, siento que no es fácil que se genere espontáneamente una organización no supervisada desde un solo lugar que permita que todo lo compartido tenga evaluación de rigor, como sucede con otras iniciativas como las plataformas de código de programas como R, pero es posible, sin duda hay allí una oportunidad, y es esperables que las redes orgánicas de colaboración generen procesos de pares rigurosos, al menos para temas que despiertan mayor atención.  El problema es que esto puede ser mucho más abrumador para un no experto en un campo, incluso académicos, sin los filtros necesarios del trabajo editorial, y con el desafío de poder separar las perlas de la basura que se produce. 

Pero mientras eso pase, y mientras consideremos que las revistas sigan existiendo, creo que hay que pagarles a los revisores. Esto puede generar incentivos que hay que direccionar bien para mantener la calidad de las revisiones, e incluso aumentarla. Por ejemplo, si se paga por artículo revisado, pero se exige acreditar una formación y experiencia en publicaciones en el campo para ser revisor, y se implemente un mecanismo de evaluación de revisores interoperable, es posible que surjan revisores freelance, que estarían sometidos a mantener revisiones de calidad sujetas a evaluaciones que podrían compartirse entre revistas, y generar naturalmente una comunidad de revisores altamente especializados en cada campo. Esto podría ser, por ejemplo, una fuente de ingresos adicionales para una investigadora joven muy brillante, pero que sobrevive con una beca que no le resulta suficiente, o podría servir como pasatiempo de un profesor retirado que extraña interactuar con sus estudiantes, o en mi caso, para comprarme un cafecito colombiano que disfrutar mientras escribo estas columnas a las dos de la mañana. 


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