Pérdidas que no se lloran
En su ensayo ‘Sobre la tristeza’, Montaigne narra la historia de un rey que, habiéndolo perdido todo, fue encerrado en una celda. El soberano supo desde su encierro cómo le quitaron sus riquezas, propiedades, su familia, y hasta su honor; y sin embargo, se mantuvo imbatible ante la derrota. Desde la ventana de su celda pudo ver cómo llevaban a su esposa e hijos, de a uno, por turnos, a ser ejecutados. Sabía, al verlos pasar, que era la última vez que los vería. Ante cada hecho, ante el paso de cada ser amado divisado desde su ventana, el rey seguía igual de inquebrantable. Nada lo hacía doblegarse. Finalmente, luego de varios días encerrado, vio pasar -a través de la misma ventana- a su esclavo llevado a ejecución y, entonces, cayo irremediablemente de dolor. Llora de forma incontenible y se desbordó en su desesperación. Montaigne se pregunta, o nos hace preguntarnos, sobre el porqué el rey no sintió o no expresó ese mismo dolor con la pérdida