La importancia de llamarse Andrés
Cuando llegué a la playa, Andrés García estaba besando a una mujer, abrazado formidablemente a su cintura, recostado de pie en uno de los palos del quiosco frente a la Playa del Ritmo. Seguí de largo mientras él terminaba su beso y dejé que el agua me tocara los pies. De reojo veía cómo la besaba. Miré de lejos la inmensidad, exhausto de mi viaje; todavía tenía la maleta puesta. Volví a mirar de reojo y Andrés me vio: "Viejo, viejo, venga", me dijo, llamando con la mano. Me acerqué y me unió a un abrazo con esa mujer desconocida, nos besó a los dos en la frente y en las mejillas, y nos dijo: "¡Qué bacano que haya llegado, pídase una, marica, estoy muy feliz!". Me adentré al quiosco y pedí una cerveza. Le dije al hombre que atendía descalzo que me diera un ceviche y una cerveza, y que me dejara guardar la maleta detrás de su mesa, pues yo no iba a quedarme en Playa del Ritmo. Esa noche era la primera boda de Juan Sebastián y yo había volado desde México. La boda era