Fuera de su cauce

 Estábamos en un bar en una ciudad que no recuerdo, si era Boston o Chicago, cuando de repente comenzó a salirme a chorros el español, y comenzó a mojar la mesa a borbotones.

Era algo que no podíamos detener, al punto de que ella se asustó y trató de ponerme una servilleta en la boca, intentando en vano contener el flujo incontenible de español. Un mesero se acercó muy asustado, tratando de ofrecer alguna ayuda. Ella les dijo que le daba pena, que el español me daba a veces como ataques epilépticos, que no era posible hacer nada sino esperar. Entonces comenzamos a ver cómo seguían saliendo todo, como si una represa mal hecha se hubiera roto, y entonces comenzó a llenar el suelo entero, a cubrirlo y a limpiarlo. La gente del bar, aterrada, veía la suela de sus zapatos llenas del idioma, y comenzaba aquella marea de palabras a subir hasta mojarnos a todos. Algunos comenzaron a retirarse al ver que las palabras les llegaban a las rodillas, y siguieron subiendo hasta mojarlos donde no puede mencionarse. Dije entonces, porque lo recordé, que fluían las palabras "en sendas procesiones", y fue como si la presa mal hecha cayera del todo. El español comenzó a invadir todo el bar, ya no había ningún rincón libre, varios sujetos huyeron de allí despavoridos, una señora pidió un taxi, y fue entonces cuando todos se fueron, cuando vi las mesas con las sillas flotando, y a nosotros dos, a mí a ella, con nuestro idioma, llevados en una turbulencia. Pero entonces llegó un sujeto, uno que dijo ser mexicano, que se recostó en el suelo, abrió los brazos, que son como los oídos no verbales, y comenzó a tragarse todas mis palabras, no las de él, no las de uno mismo, como uno siempre hace, sino a tragarse las mías, las de otro. Y poco a poco el agua fue bajando. El español regresó a su cauce, nos sentimos descansados, y volvieron a entrar los clientes que se habían ido de aquel bar. La verdad es que no recuerdo si fue en Boston o Chicago.

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