La reforma a la salud y el mito del yo

 Hay un lugar al que nadie más puede llegar, donde a nadie más podemos engañar. Hay un rincón, cuya música sólo suena si nos callamos lo suficiente. En el sótano de la casa, donde guardamos de todo ese espejo, como Dorian guardaba su retrato, donde nosotros, y nadie más, ni siquiera nuestros seres amados, podemos mirarnos, y saber, no con toda la certeza, pero si con absoluta claridad por un momento, que es el que profundamente nos mueve. Puede que las causas últimas nos resulten invisibles, pero con algo de calma podemos sentir la sangre que fluye por nuestros propósitos. 

 Los propósitos humanos no son causas puras, quizás toda desazón suprema frente al idealismo se puede superar sí se acepta primero que no hay manera de escindir a los móviles que consideramos más dignos de la razón, de la vanidad, de las vísceras, y no pocas veces de un dolor que solo se siente cuando se le reconoce. A lo mejor, la dimensión más impura de los propósitos de la razón nos permita entender mejor la naturaleza de nuestras convicciones, y que lejos de ocultarla, la revele. 

La política, cuando bien se ejerce, se presenta como la construcción del diálogo con otro, pero tal vez sería menos mezquina con el diálogo honesto con el uno mismo. Aunque Llinás haya explicado que ese yo sea un mito, algo que esencialmente no existe, un estado funcional, y temporal, de ese cerebro que puede ser más mortal que el resto del cuerpo, no somos los efectos solamente de las ideas, lo que sea que ellas sean, el modo en la que las incorporamos tiene que ver con otras dimensiones de lo que también somos. 

 Veo allí, por estos días, a la reforma a la salud, y dentro de lo que la casa de la razón, organizo aquellas ideas que son valiosas para mí, entre ellas que ninguna idea debería ser fija e imbatible, pero no sólo veo eso, veo el miedo, lo contemplo, entiendo también mi miedo. No confío en aquellos propósitos grandilocuentes, en aquellas promesas que no se ponderan lo suficiente. Siento pánico frente a las consecuencias del desbordamiento de la confianza, quizás ingenua pero también arrogante al final, en las capacidades humanas frente a la complejidad de la transformar en realidad, y me angustia pensar que pueden convertir el sueño en pesadilla, como ya ha pasado tantas veces. Tengo miedo porque me preocupa lo que puede pasarle algunas personas, porque lo he visto, porque esas personas que pueden sufrir eran o son como, o como mi mamá, o como mi hermano. 

 Tampoco es que la razón me dé certezas, ni tranquilidad, ni calma completa, pero me permite sentir de hecho, que hay algo que nos detiene de los exabruptos, que nos hace ser calmos, cuidadosos, prudentes, evita los mayores despropósitos, aunque no muchas veces haya fallado también en sus propósitos. 

Ese diálogo con uno mismo también me prepara para ver al otro, para desde lejos, con la baja resolución mental que permite la distancia, previsualizar esos sentimientos que los impulsan, y no renunciar plenamente a la empatía, a pesar de que el odio, y no pocas veces la violencia organice nuestras relaciones. Allí estamos a lo lejos, mirándonos, tratando de adivinar qué hay detrás del otro.

Comentarios

  1. Gracias, Dr. Julián. Sugiero ir consultando todo lo relacionado con el Genocidio. Cuál es su alcance. Cuándo se puede decir que una persona o un colectivo adquiere el carácter de #genocida y si desde ahora pudiéramos irlos identificando ;)
    Lamento mucho su bloqueo injusto en Tw.

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