Sobre la dificultad de cambiar el mundo

 

El extraordinario Oscar Wilde decía que había acaso dos tragedias en la vida: la primera, no lograr lo que se desea; la segunda, lograrlo. Tal parece ser ese, tristemente, el destino de los idealistas: alcanzar la posibilidad de realizar sus ideales. Tener por fin la posibilidad de llevar a la realidad sus viejos sueños. Recibir en sus manos el destino regido por ese poder al que siempre se resistieron. Ser ellos ahora los que provocan resistencia.

Es trágico porque lo que antes era eso que pudo ser y  no fue, lo que otros (infames, tramposos y malos) les negaron, ahora puede ser algo en la realidad. Ya no es una posibilidad a la que podría apelarse como lo que pudo ser. Ya no puede soñarse el contrafactual y decir:si hubiéramos sido nosotros,si nos hubieran dejado,si no lo hubieran matado.

No. Ahora ya no es una ensoñación, ahora lo que hagan estará en la realidad, aún cuando esta tenga muchas lecturas; observaremos por fin el resultado de verlos perseguir con hechos las más nobles aspiraciones humanas. Con frecuencia dirán que nadie lo ha intentado antes, que la Historia con mayúscula comience con ellos, parte de su mito; es decir, que todo intento previo había sido pequeño o fallido.

Además, siempre estarán allílos otros, como chivos expiatorios de sus fracasos. En el fondo, saben que ahora son ellos los que tienen esa posibilidad en sus manos, y con ello viene la dificultad, pero también la tragedia, y no pocas veces la perversión de ese proceso de transformar el mundo, que a veces lo ha hecho mejor, y otras veces lo ha empeorado. Si viviéramos toda la Historia, tendríamos que sentarnos a llorar cada tanto. 

Pensar en eso me recuerda cuando, enEl hombre que amaba los perros, el viejo Padura se voltea hacia sus lectores, y dice reclamándole a todosa los Castro, los Stalin, etc. que no tenían el derecho de haber tomado los sueños de los jóvenes, y hacer, dice del "mayor sueño del siglo XX acaso la peor pesadilla de ese siglo. No exagera el viejo en que hemos visto, varias veces quizás muchas, convertir nuestros sueños en pesadillas de la misma magnitud. Nos han traicionado los próceres, nos han robado y engañado los hijos de la providencia, y hemos vuelto a ese ciclo eterno de decepción de la vida política de todo latinoamericano, que invariablemente parece ser una regla en todas las sociedades.

Pero no creo yo tampoco que sea la desazón suprema. Yo creo que la vida individual y el sentido colectivo no tienen otra razón que les impulse más que la posibilidad de soñar con otros futuros posibles. Son ellos, los soñadores de todas las épocas, a los que les debemos todas las conquistas humanas. Son ellos los que han roto, para bien y para mal, la historia en fases. Es su sangre, su sudor y sus ideas en donde está cimentado el bienestar desde el que podemos ponernos de pie hoy y cuestionarlos.

Parece fácil, dada la naturaleza humana, la misma que inspira la solidaridad y los mayores valores. Parece que esas aspiraciones tienen a degradarse en el narcisismo, la terquedad y la paranoia. Recordemos que las mismas masas que han empedrado el progreso provienen también de los miserables que han perseguido a los que no siguieron sus sueños tribales de forma incondicional.

No pocas veces, no solo vienen del mismo lugar, sino que son los mismos, porque, volviendo a Oscar Wilde, si algo afea el alma es el poder y la vanidad. Por esto es preciso defender, ahora y siempre, el escepticismo, la capacidad de dudar y ponderar las capacidades humanas, de reconocer la complejidad del cambio social, de entender el nivel de responsabilidad de las aspiraciones humanas, de ser capaz de dudar de los caminos escogidos, de entender que hay que enmendar no pocas veces el camino y volver a intentar, y de hacerlo todo sin renunciar a crear esos mundos posibles, precisamente para que sean o se acerquen a lo que soñamos.

Un saludo, querida Ministra

Comentarios

Entradas populares de este blog

El sistema editorial de la ciencia está roto

Los antivacunas en el espejo

La ciencia, la desazón suprema y el amor